Frugalidad impuesta?
La frugalidad enseña que efectivamente se puede vivir justo con lo necesario, sin dejar de ser feliz por ello, llevando a la práctica el gastar en lo que realmente se está necesitando, trayendo además como consecuencia el aumento de la capacidad de ahorro, al permitir combatir la práctica consumista compulsiva que conduce a gastar lo que tenemos y hasta lo que no tenemos, haciéndonos crear e inventar nuevas necesidades, llegando a ver estas en donde y cuando no las hay; generando una inútil inversión de tiempo en cómo proveerse de más recursos económicos con el fin de ver satisfechas esas inventadas necesidades, volviéndose necedades que desgastan, angustian y terminan enfermando. Obviamente, sin llegar al extremo de la tacañería o pichirrería, que como punto extremo del comportamiento frugal, lleva a la privación de aquello que siempre se ha añorado tener y hasta ha sido una meta a alcanzar, bien sea por necesitarse, y así aumentar la calidad de vida, o simplemente porque deseamos darnos un gusto, estando ambas situaciones dentro de las expectativas naturales de todo ser humano. Vista así, la frugalidad pasa a ser una filosofía de vida, que conlleva un comportamiento sano desde todo punto de vista.
El problema lo percibo es cuando se está en presencia de una situación frugal impuesta, a la cual me rebelo completamente. Nadie, a título personal, ni gobierno alguno tiene el derecho de arrogarse para sí la posibilidad de imponerme vivir bajo condiciones frugales. Por el contrario, soy titular del derecho de adquirir los productos que sean de mi elección y antojo, y en la cantidad que de acuerdo a mi respectivo ingreso económico me sea permitido. Me rebelo ante la imperante situación de no poder viajar cuando lo deseé y al destino que deseé, rebelándome también a ser marcada para llevar el control de cuánta cantidad de un producto he comprado, me rebelo ante la circunstancia de no poder adquirir lo que se me antoje luego de casi cuarenta años trabajando, bien sea porque la economía de mercado estatista no me ofrezca lo que deseo, o bien porque me etiqueten dictaminando que ya lo compré; en fin no acepto vivir en condición de frugalidad impuesta por nadie, porque de esta manera, aquella, dejaría de ser una filosofía de vida escogida libremente por mi para conducirme, para pasar a ser un modo escogido a criterio de otros e impuesto dictatorialmente a mi vida.