El miércoles 16 partimos de Atlanta rumbo a Miami a encontrarnos en el aeropuerto con Rosa Beatriz, Ediover y mis nietas, quienes venían de Panamá, y con Rosa Virginia que venía de Venezuela, realmente ninguno de ellos podrá imaginar ni sopesar la inmensa alegría que me embargaba en ese rato de espera, tenía sólo 4 días que nos los veía, pero el imaginarme ese compartir, todos en un mismo carro rumbo a la mágica tierra de Disney y de paso el hecho de saber que nos quedaríamos todos en el mismo espacio dividido en dos ambientes, rebasaba todo cuanto mis pensamientos tejían de cómo iba a ser este, mi primer viaje en familia. Preparada estaba para la dinámica que nos esperaba, porque viajar con niños marca la diferencia en cuanto a la cantidad de energía que hay que tener reservada, para disfrutar todos y cada uno de los momentos que se van presentando.
Reunidos en Miami, tal como estaba previsto, y expresada por todos la emoción del encuentro, pasamos a buscar la camioneta de 14 puestos que ya habíamos arrendado en el mismo aeropuerto, con mi yerno de conductor, a quien felicito desde aquí, por ser tremendo chofer en el Norte y fiel conocedor y cumplidor de las normas de tránsito que allá, si son de obligatorio cumplimiento, lo que unido a las extraordinarias vías tanto citadinas como la de las carreteras, hicieron el recorrido inicial por la ciudad de Miami y luego las cuatro horas hasta Orlando, que de paso nos tocó hacerlo de noche, un verdadero placer, sin ningún tipo de apuro ni sobresalto, por el contrario; lleno de tranquilidad y seguridad de todo tipo.
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